miércoles, 27 de noviembre de 2013

Semana de la lectura

 A veces las palabras del ayer nos parecen muy lejanas y extrañas. El destino, que juega caprichosamente a repetirse, nos aproxima emociones que creíamos olvidadas.
En este texto que nos hace llegar un familiar de una alumna del centro, Ildefonso Matamoros, podemos sentir que la sangría de otras décadas nos amenaza de nuevo con desparramar nuestras ilusiones por otras tierras. También podemos comprender las sangrías de “los otros”, que vivieron a Extremadura buscando una vida.


LA SANGRÍA
Antonio estaba sentado solo a la mesa, ante dos huevos fritos. Acababa de llegar a las Vascongadas procedente de Extremadura.
Estaba en el piso de su tía María y esta se percató de que no probaba bocado, aunque tenía gazuza.
¿Por qué no comes? Le dijo su tía. ¿Esto es para mí solo?, preguntó el mostrenco. Sí claro, para ti. Es que en casa solo me freían un huevo y siempre había que compartirlo con uno o más.
Cincuenta años después ha vuelto a Extremadura para quedarse. Aquí lo llaman el vasco y allí el extremeño. En Bilbao se quedaron sus hijos y nietos.
Después de tantos años, la herida, el desgarro y la sangría que provocó la emigración siguen abiertas.

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